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segunda-feira, 25 de abril de 2016

Miguel de Cervantes

é claro que também estou celebrando este, a cuja obra-prima nunca me canso de acudir e que começa assim:
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Capítulo I 
QUE TRATA DE LA CONDICION Y EXERCICIO DEL FAMOSO HIDALGO
 DON QUIJOTE DE LA MANCHA 
 
En un lugar de la Mancha,de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antígua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las malas noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto concluían sayo de velarte, calzas de veludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los dias de entresemana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los quarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de compléxion recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenia el sobrenome de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana. Pero esto inporta poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga punto de la verdad.

Es, pues, de saber este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año), se daba a leer libros de caballerías con tanta aficción y gusto, que olvidó casi de todo punto el exercício de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva; porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes allaba escrito: “la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura.” Y también cuando leía: “... los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimento que merece la vuestra grandeza”.

Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las enterdiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello.
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Miguel de Cervantes, El engenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha , 32ª edición, Espasa-Calpe (Colección Austral)- 1984
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